VIII
Sacó Atiza a la puerta de su librería una selección de libros, y como hacía algo de viento comenzaron a abanicarse inmediatamente.
–¡Vaya si sois particulares y cómo os gusta llevar la contraria! –Les amonestó–. Uno se abanica cuando el calor sofoca; pero vosotros no: cuanta más brisa hace, más aire os dais.
–Más exacto sería que nos dijeses: “mejor os abrís” –Respondieron.
IX
Atiza escribía a lápiz, arriba, en la esquina derecha de la primera hoja, el precio a los libros a medida que iba tasándolos. Con los años, el librero Atiza había llegado a entender perfectamente el parloteo que continuamente mantenían entre ellos los seres con páginas.
–¿Te has fijado? –Escuchó cómo le decía una noche un libro a otro– ¿Te has fijado bien? Apenas llegamos a su establecimiento, este hombre nos asigna un número de preso.
–Es el precio –contestó el otro libro.
–¡Nada de precio: de preso! Cuanto más alta sea la cifra, peor la condena, más tiempo permaneceremos encerrados.
Desde esa noche el librero Atiza ponía tan baratos los libros que ellos, apenas entraban en la librería, ya se sentían en libertad.
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