Un hombre de unos cincuenta años, puntilloso en exceso, tenía la manía de marcar con un doblez la última página que había leído, como referencia para proseguir más adelante la lectura. Su manía, tan habitual en tantos lectores, llegaba sin embargo al extremo de doblar incluso la portada. Ante la extrañeza de sus conocidos, respondía siempre lo mismo: «Es evidente: está marcado porque sólo he leído la portada».
El Víctor Hugo no presenta más dobleces en el interior, así que es de suponer que no lo leyó o que (cosa improbable, pues además de puntilloso era inconstante) lo leyó del tirón.
..o quizá, lo había leidoreleidorecontraleído tantas veces y mil que lo único que quedaba sin doblar era aquella esquinita de la portada… todo argumento tiene su reflejo, como todo espejo tiene -eso dicen-su otro lado.
Soy el dueño de ese libro y por tanto el autor de su doblez.
Quiero aclarar que ninguna de sus dos hipótesis es la correcta, es decir, ni lo leí de un tirón ni leí unicamente su portada, lo que ocurrió fue que me estaba aburriendo tan formidablemente su contenido que lo abandoné en el primer intento, y como no tenía pensado en ningún caso continuar con su lectura, no vi ningún sentido en dejar señal alguna.
Por cierto, aún me queda una larga temporada para cumplir los cincuenta, veo que Dios no le ha premiado con el don de la adivinación.
En ese caso, Don Emeterio, me temo que pueda usted haber incurrido en un caso de adueñamiento prematuro, pues tratándose de un libro que tiene más de 50 años (bastantes más de los que tiene usted), muy bien podría ser que mi historia sea verdadera, sin que a su vez la suya deje de serlo. Como es evidente, si se fija usted bien, ese doblez fue hecho por un cincuentón puntilloso en exceso, como indica su inmaculada rectitud, hecha sin duda con escuadra y cartabón. Seguramente usted no hizo otra cosa que aprovecharla. Por cierto, ahora que me doy cuenta, habrá que encontrar un lector dispuesto a leerlo, por lo que veo al pobre Víctor Hugo sólo lo quieren para señalarlo.
Si ha tenido formación cristiana, supuesto que empiezo a dudar, recordará aquello de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio.
Tanto por si no la ha tenido como por si es escaso de entendederas, le explico:
usted me supone dueño prematuro del libro dando a entender que me apropié de él cuando no me correspondía, cuando ahora mismo miro a mi estantería y veo un hueco donde debería de estar mi ejemplar. Seguidamente me pregunto quién me lo habrá robado (hablemos claro) y veo que usted le ha hecho una fotografía.
Señor Administrador, no hay que ser Sherlock Holmes para saber quién es el ladrón.
Que sepa que con este disgusto estoy cumpliendo años atropelladamente y no dentro de mucho le voy a hacer acertar en su cálculo de mi edad.
Ya que tan aficionado es a los refranes, le responderé con otro: cree el ladrón que todos son de su condición. Pues sé de buena tinta que el anterior dueño, puntilloso como era, notó un día el hueco vacío donde debía estar este libro, y ahora veo que sin duda debió de ser usted el que lo extrajo malvadamente, privándole de una lectura que ni siquiera tuvo ocasión de empezar. Así que termino con otro refrán: quien roba a un ladrón, mil años de perdón.
Por fin.
En su 2º refrán ha confesado. Como ve, no hay crimen perfecto.
Además, ésto hace que su 1º refrán se le aplique automáticamente dándole a mi persona el baño de inocencia que merece.
Sospeché desde el primer momento de usted al verle esconder su verdadera identidad bajo el extraño nombre de «Administrador».
Pero no tema, no voy a ir a la policía, me basta con su confesión. Lo que sí le agradecería es una disculpa pública y que cuanto antes devuelva al secuestrado al hueco que abandonó una noche contra su voluntad, porque una mano con guante negro tiró de él lentamente pero sin titubeos.
Por lo que veo, con su silencio también acepta implícitamente su responsabilidad en la primera sustracción (la verdaderamente importante), así que yo, alentado por su legítimo dueño, tengo sin duda una disculpa mucho mayor que la suya, pues el libro sigue siendo moralmente del hombre puntilloso, quien a su debido momento le será devuelto el libro que nunca debió desaparecer de su biblioteca. ¿Cómo puede todavía justificarse?
Ay, madre mía… ahora, de golpe, lo he visto todo claro. He entendido que usted no es ni mentiroso ni ladrón, lo que le ocurre es que no está en sus cabales.
Llevo exactamente 10 días esperando su contestación a mis palabras del 13 del corriente y ahora me sale usted con esas…criatura.
Pero entiendo lo que le pasa, su mal es el mismo que el de nuestro querido Quijote, tanto leer y rodearse de libros que ha perdido los tornillos y ahora ya no hay quien se los pueda recuperar.
En fin, por todo esto no le puedo guardar rencor si no únicamente lástima y deseos de que dentro de lo que usted pueda pase una vida feliz. Eso sí, procure no arrimarse mucho a las casas ajenas, que no todo el mundo es tan comprensivo como yo.
Y bueno, el libro ya lo daba por perdido desde el principio. Que le aproveche, que es un pestiño.
¡Un pestiño Víctor Hugo! Tendría que haber imaginado que un amigo de lo ajeno no podía tener muy buen gusto. Recuérdeme cuando pase por la librería que le enseñe unos ejemplares de la colección Jazmín que seguro serán de su agrado. Eso sí, si no le supone demasiada molestia, le agradecería que los pagase…