¿Es éticamente reprobable romper un libro, aunque sea mío?, se preguntó un hombre de tez enjuta y frente apergaminada (de tanto pensar en cuestiones éticas). Tras muchas cavilaciones, concluyó que sólo a través del conocimiento empírico podría dar respuesta a semejante dilema. Cogió el libro, tomó aire, tensó músculos… pero se sintió incapaz de hacerlo. Finalmente, alentado por la insidiosa curiosidad, reunió el valor necesario para romper un pequeño trozo de una página, apenas un insignificante pedazo de papel en blanco, ni siquiera manchado por la gracia de las palabras. Y sintiendo el sudor frío del que da un paso en falso, resolvió definitivamente sus dudas.
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