En la librería de Atiza igual salían libros en manos de clientes, que entraban clientes que se quedaban en ella como libros. El librero Atiza sabía distinguirlos por el timbre quimérico de la voz apenas intercambiaba con ellos media palabra, o al cruzarse fugazmente con su mirada inverosímil, o al sorprenderlos en sus gestos fascinantes. Una vez clasificados, los ubicaba Atiza cuidadosamente en la sección que mejor convenía de las estanterías de su memoria; y en el curso del año, según despachaba libros, en la operación incluía de vez en cuando como regalo un ejemplar de cliente con buena trama en edición verbal.
Querido Atiza:
Debo pasarme sin demora por tu librería, porque sólo tú podías ofrecer como regalo un ejemplar de cliente con buena trama en edición verbal. ¡Es genial!
¿Quién no desea uno? El regalo es perfecto y lo valoro muy positivamente…
Saludos cálidos, a pesar de este invierno prematuro.
Manuela
Queridos Navegantes. Precioso cuento el de la librería del Sr. Atiza, «Clientes como libros». Como siempre, no defraudais mis espectativas.
No puedo por menos que mirarme todo el blog, que por cierto, no conocía.
Desde un rinconcito gallego se os quiere. Se os quiere mucho.
Tere Rivas