Con severo dolor de garganta había soportado la jornada el librero Atiza, que a la hora de cerrar su taberna de libros ─en latín ‘taberna’ es también ‘librería’─, se encontraba abatido por la fiebre. Echó la llave por dentro, y enseguida, en el huequecito que tenía previsto para dormir entre las estanterías, extendió el pequeño sofá cama. Durante la noche tuvo una enloquecedora pesadilla: Con los vahos de su calentura, uno a uno iban abriéndose los libros como si fueran moluscos, mientras la librería se llenaba de clientes que sobre los anaqueles por docenas devoraban las páginas al vapor.
Despertó Atiza al alba, todavía con la fiebre muy alta, y aunque le sosegó ver que todos los volúmenes estaban en su sitio, dándose la vuelta en la cama y apartando el edredón que le sofocaba, deliró: “cuando haya descansado otro poquito, me levantaré, retiraré las tapas y fregaré las barras”.
Me gusta mucho la imagen, tabernero aunque siento que hayas tenido que estar malito para soñarla.
Me apunto a entrar en tu taberna y devorar las páginas de los libros aunque no sean al vapor
los delirios, dejan sueños entre la genialidad y la locura. Probare a comerme los volúmenes al vapor ,porque de toda la vida me los estoy comiendo crudos