Los Navegantes del Palomar desde Urueña, La Villa del Libro
Asista a los libreros san Jerónimo, que es nuestro patrón, cuando un exuberante lote de libros sobrevolando la tienda de viejo o sus almacenes viene a posarse en nuestra cabeza, en nuestros cultivos de pensamiento, en nuestros prados de memoria. Así como a un lote de aves prieto se le llama bandada, a una bandada de alados libros se le dice lote.
Pensando en estos azotes y en los estragos que en los trigos de nuestra inteligencia está haciendo este averío de libros a lo largo de casi un lustro, que llevamos de tenderos en Urueña, dimos en revolver escritos y supimos, primero, que el número de libros distintos que se han echado a volar sobre la tierra es de 129.864.860; y luego, que el ave más numerosa del mundo es (¡qué carambola, san Jerónimo bendito!) el quelea común, cuyo nombre binomial es, para más inri o lógica patafísica, Quelea quelea, o sea, que-lea-todo-el-rato.
Teniendo en cuenta que el número de ejemplares de quelea sin parar que hay en el mundo es de mil quinientos millones, y que las parvadas de este ave paseriforme (cuyo tamaño, en léxico de bibliófilo, es en doceavo), echadas a volar sobre un lugar, pueden estar pasando sobre él cinco horas seguidas, ayude el santo patrón a soportarlas estragando la superficie de cualquier biblioteca babilónica… “¿Pasando por el cielo durante cinco horas seguidas?”… ¡Tampoco es tanto!… Dice Víctor Hugo en su poema “El niño” que un caballo, corriendo al galope sin parar, tarda más de cien años en cruzar la sombra del sagrado árbol de tuba, el árbol del Paraíso.
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