Durante su época de bibliopolas, hallábanse los Navegantes del Palomar una noche de finales de diciembre de 2013 en la cocina del Ónfalos, espiral y remoto restaurante propiedad de Cronos y Ananké, hasta donde habían llegado desde el Otero de Humos, en la comarca del menguado Rivulo Sicco ―pues por entonces paraban allí―, orientándose ipso facto mediante breve y suave rotación entre los dedos índice y pulgar de una invitación, encontrada entre las páginas otoñales de cierto libro sobre peces emigrantes y salmónidos mundiales.
Precisamente en ese momento, Zodiaco, el cocinero principal, estaba acabando de remover tenazmente un perol muy capaz, donde se espesaba jalea de agua de rocío matutino, recogida con paciencia de seda de las hojas ligeramente pubescentes de la caléndula; aceite de maravilla, extraído del prensado de las semillas del capítulo del girasol; una plétora inverosímil de esporangios de lunaria menor; y miel.
―Calendario, sol que gira, luna, y miel… La miel se ha añadido, evidentemente, porque contiene parte de milenio…
El Navegante, que sin dejar de observar a Zodiaco iba interpretando y anotando a su modo los ingredientes en la superficie de su propio antebrazo izquierdo, tras mojar con la lengua la mina, ya roma, de un cachito de viejísimo lapicero de tinta, que tenía la madera rajada sujeta con sobado jironcillo de esparadrapo y que escribía las letras con grueso trazo azul, y que él había encontrado en un polvoriento lote de libros, que ha tiempo compraran en Honquilana, añadió:
―¡Asómbrate de la alquimia, Naveganta Milafina, y no pierdas comba! ¡Estamos aprendiendo cómo se origina la temblorosa carne del año!
―Que deberá adquirir sabor agradable y aspecto sólido y satinado en cuanto se enfríe y yo le añada la Marie Est Malade que tengo a mano, preparada con piel, corazón y pepitas de fruta estrella ―explicó Zodiaco.
―¿El qué…? ―preguntó Milafina
―La Marie Est Malade. Un dignísimo remedio de reinas. “María está enferma”, o sea, Marie est Malade, que equivale a decir… ¡Mermelada!… Llevando vosotros tanto tiempo a la deriva, Amigos Navegantes del Palomar, es remedio que os conviene conocer: Se la preparaban a María Estuardo para consolarla de los mareos cuando viajaba en barco ―dijo el cocinero Zodiaco.
―…La fruta estrella que nombraste antes es, sin duda, la “carambola”.
Habló Zarrapastro Navegante, con la lengua azul oscuro y sin dejar de lucubrar, mientras seguía escribiendo en el antebrazo. Y añadió:
―La carambola es poco dulce, ácida y con un toque amargo…
―En este caso la carambola conviene al preparado que enfría Zodiaco como anillo al dedo ―observó la Naveganta―. Resume muy suavemente lo que, al fin y a la postre, puede ser un año: acerbo y acidulado… ¡A ver con qué música entra éste!…
jalea.
―do–si–mi–la–do–re ―Tarareó entonces Zodiaco, acabando de dar forma a su
―¡Dosimiladorre!, Navegante. ¡Qué nombre más musical para el año! ―Exclamó la Naveganta Milafina festejándolo.
―¡Dos mil catorce! dos mil catorce, o sea, Dosimiladorre… ¡qué bien compuesto! ¡qué buen disparate! ―Así habló Zarrapastro Navegante, entusiasmado y pensando que le urgía conversar con su hijo Mu-si-ko para que escribiera el concertado nombre en un pentagrama.
E incluso lo desarrollase; y con su hijo Ki-mi-ko para que, pautando lo ocurrido en la remota cocina del restaurante Ónfalos, derivase y formulara el elixir del buen sonar para los años venideros.
―¡¡Dosimiladorre , bien compuesto y servido en bandeja!! ―concluyó exultante Zodiaco, mostrando al que empezaba con rostro de ida y vuelta ya, pues el tiempo pasa volando.
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