«Mi apellido es italiano, sinónimo de otros famosos como Rossini, Manzzoni y Marconi. Yo soy español, de pura raigambre. Nací el 16 de julio de 1904, en Ezcaray (Logroño). Actualmente cuento con 21 años y soy autor de 22 obras, publicadas con éxito, cosa que ya no tiene remedio. No envidio a nadie. SOY AMBICIOSO»
Así se presentaba al lector Antonio Armando García Barrios, más conocido como Armando Buscarini, uno de los escritores más pintorescos de la famosa bohemia madrileña de principios del siglo XX. Impasible al desaliento, este escritor de fealdad proverbial vendía personalmente sus libros en las calles, utilizando en ocasiones una original estrategia comercial: en noches desesperadas, se asomaba al puente de Segovia y amenazaba al paseante de turno con tirarse si no le compraba un ejemplar. Eso si, con oferta: a dos pesetas si incluía dedicatoria, a una sin su estampa.
Se estrena a los catorce años con su primer libro, ‘Emocionantísimas aventuras de Calck-Zettin. Emperador de los detectives’, y desde tan temprana edad empieza a dar muestras de su calidad como personaje apareciendo en las crónicas de Pío Baroja, Ramón Gómez de la Serna, Valle-Inclán o Rafael Cansinos-Assens. Con más de treinta libros fracasados a sus espaldas y una vida interrumpida por constantes visitas a hospitales psiquiátricos, tuvo el final que todo buen bohemio merece: murió enfermo de esquizofrenia y sífilis en el manicomio de Logroño.

Orgullo
Aunque sufra del mundo los desdenes
de mi vida de artista en la carrera;
aunque pasen altivos a mi paso
los hombres de alma ruin que nunca sueñan;
aunque salgan aullando a mi camino
los famélicos lobos que me acechan
con la envidia voraz; aunque en mi lucha
hambre y frío sin límites padezca;
aunque el mundo me insulte y me desprecie
y por loco quizás también me crean;
aunque rujan tras mí ensordecedoras
tempestades de envidia; aunque me vea
harapiento y descalzo por las calles,
inspirando piedad e indiferencia;
y, en fin, aunque implacables me atormenten
las más grandes torturas, aunque vea
que a mi paso se apartan las mujeres
por ver con repugnancia mi pobreza
(pero quizás ignorando de mi alma
el tesoro de ensueño que se alberga),
nada me importará, porque yo siempre,
caminando sereno por la tierra,
con el alma latiendo por la gloria
y flotante a los vientos mi melena,
iré diciendo al mundo con voz fuerte,
¡con voz en la que vibre mi alma entera!:
-Es verdad que yo sufro; pero oídme:
¿qué me importa sufrir si soy poeta?