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Posts Tagged ‘libro’

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Vio la lectora con sorpresa que el libro que acababa de abrir comenzaba abruptamente por los preliminares, cosa de verdad extraña, pues si es cierto que los proemios siempre se encuentran en los umbrales de los volúmenes, en este caso, salvado el cartoné, no había ni créditos, ni autor, ni título. Mas recuperándose ella y comprobando en el texto que se las había con un libro de equitación, con muy buen criterio supuso –¡y acertó!- que autor y título solo podían ir en el lomo.

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Optimista incorregible, aquella buena mujer estuvo casi tentada de abrir el libro, cuando una súbita iluminación le contrajo el músculo del entrecejo. Bien como estaba, pensó que quizás el libro le señalase algún dolor en el que acaso no había reparado y, tras sopesarlo con una sonrisa satisfecha, optó por dejarlo a un lado, sin empezarlo, no sin antes rubricar el título del modo que, a su parecer, merecía. Algo más tarde, se sorprendió abriéndolo por la última página y, a continuación del FIN, añadió otro interrogante. Ahora, pensó, el libro estaba por fin completo.

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Libro perruno

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El librero Atiza, que era Libra, cavilando sobre cómo convertir su signo en Libro –por ser sin duda el signo que le regía–, dio en alterar discretamente el orden del zodiaco. Así que, intercambiándolo con Virgo, colocó Libra inmediatamente después de Leo.  “Leo Libro”, dijo en lugar de «Leo Virgo», Y hallando que quedaba muy oportuno el giro celeste, sin tardanza notificó el hallazgo a todas las sociedades astrológicas de prestigio de las que tenía noticia.

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Apócrifo sin duda, pues la quijada que vemos  no es de asno, sino de caballo; amén de que no se dice en la Biblia que para matar a Abel se valiera Caín de mandíbula de vertebrado. Los libros que contiene esta quijada y riman en caries con ella, además, son de Salgari (“ira glas” en reflejo, y la de Caín no fue “ira dulce”).

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Carmen sólo conocía un remedio para contrarrestar el tedio de una oposición a judicaturas: dibujar. Cuando las leyes empezaban a bailar ante sus ojos la danza de los locos, echaba mano de pluma y tintero y daba forma a hermosos paisajes de amplios horizontes, donde no cabían prohibiciones impuestas por el arbitrio del ser humano. Precisamente pensaba Carmen en el caprichoso criterio punitivo que a todos nos constriñe, cuando una incisiva gota de tinta cayó de la pluma, derrotada por la implacable ley de la gravedad, hasta manchar la palabra arbitrariedad. ¿Simple casualidad? No le pareció tal a Carmen, que después de sentir el calambre de una revelación, cerró para siempre el libro e inició la búsqueda de nuevos horizontes.

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En El niño de la bola, novela por D. Pedro Antonio de Alarcón, en uno de los ejemplares de la edición  de 1880  que se hizo en Madrid en la Imprenta Central, en la página 6 el azar probablemente quiso aclarar el significado de este pasaje donde se suben elevaciones por retorcidas cuestas y un mal camino de herradura, y a modo de glosa, con una mancha al margen, metió la pezuña.

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